miércoles, 12 de mayo de 2010

Emilia Calderón


La primera aproximación, que hacemos a los desnudos de Emilia, la hacemos directa y placenteramente a través del asombro del ojo, para luego tratar de arroparlos, ingenuamente, con los elementos de nuestro contexto intelectual y emocional; atrapados en esa fractura del tiempo Hegeliano, en que "la obra de arte es únicamente un instante provisional dentro de la evolución dialéctica de la Idea". En Hegel la imagen se subordina al pensamiento, pero en Emilia la emoción subordina a la imagen, y nos ofrece su obra, intrépidamente alejada de las normas visuales, el orden estético y las justificaciones filosóficas, con una transparente codificación y simbolización que apelan directamente a los sentidos.
Pero, no solo los sentidos encuentran placer y satisfacción estético-emocional en sus imágenes; el intelecto capaz de interpretar sus códigos y símbolos, se aventura, de igual manera, a todo lo ancho y largo de su realidad bidimensional, para alimentar denodadamente las ansias de nuestro exocerebro, en ese mar de hiperrealidad emocional, certeramente intensificado por el uso de nuevas tecnologías, inyectándo un emergente soplo de vida a nuestra languideciente capacidad de asombro.
Las mujeres desnudas de Emilia, pudorosamente, evitan mirarnos directamente, lo hacen de una forma corporal, inmersas en la dicotomía y dialéctica de la cotidianeidad, sin fronteras entre lo real y lo interpretativo; en franca consistencia con el nomos de su autora. Con una técnica disicplinada, cuidadosa, tierna, y apasionada, nos comparte, bajo la armonía de sus colores: sus ambiciones, destiempos, utopías, desilusiones, frustraciones, satisfacciones y casi mágicas reinvenciones. Sus viajes existenciales a través del espejo cosmogónico-existencial, son frecuentes y fructíferos, y los plasma, por ahora, en dos dimensiones, sumergida en la inconsciencia del tiempo, que ha congelado libre y aibertamente en las fronteras de sus espacios pictóricos.

Mario Patiño. México.

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